Anécdota acontecida en un jardín infantil argentino:
Cuando la maestra presentó a los niños el libro que les iba a leer Félix dijo entusiasmado: "yo lo tengo, mi papá me lo lee todas las noches".
Pero a medida que pasaban las páginas y crecía la historia, el niño interrumpía la lectura asegurando que el cuento que conocía por su papá no era como lo contaba su maestra.
Después de varias interrupciones, la docente arriesgó: "tu papá te leerá otro libro". Pero Félix respondió muy seguro: "no, es el mismo". Más tarde, la maestra habló con el padre, quien confirmó que, efectivamente, tenían el mismo libro en la casa y que se lo leía todas las noches.
Y el hombre agregó, entre sonrojado y sonriente, que él no sabía leer y que eso le había significado tantos problemas en la vida que no quería que a Felix le pasara lo mismo.
Así que inventó y memorizó una historia que "leía" todas las noches a su hijo con el libro en la mano, para que el pequeño no se diera cuenta que no sabía leer.
La maestra lo felicitó por su decisión de leer a su hijo y le confirmó que seguramente gracias a eso Félix hablaba, comprendía y se interesaba por los libros y la lectura como pocos.
El fuerte deseo de cambiar su historia convirtió a un padre analfabeto en el primer y mejor pasador de libros para su hijo, en un modelo lector, que fue sostenido por una maestra que sabía leer en el sentido más amplio de la palabra. Sabía leer no sólo historias en los libros sino historias en la vida. Un padre que no sabía leer pero que sabía hablar, contar, imaginar y dejar huellas.
La historia de Félix y su papá demuestra que el gusto por la lectura es un aprendizaje de vida. Y si no ocurre, se instala una de las desigualdades y carencias que ponen al margen a las personas, que las llevan a caerse del mapa, a la exclusión, acompañada con el sentimiento de vergüenza, de impotencia, de rabia, como tan bien expresaba el padre de Félix.
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