Hoy comienzan oficialmente los Juegos Olímpicos de Londrés 2012, por lo que a continuación revisaremos un poco la historia de esta importante celebración al deporte, al esfuerzo y al compromiso personal.
Los actuales aficionados al deporte difícilmente reconocerían los antiguos Juegos, que comenzaron hace 2.800 años, en el 776 a.C.
Los primeros juegos
En esa época no había deportes por equipos ni premios para los segundos puestos, las mujeres no estaban autorizadas para presenciar las competencias o para participar de ellas, los hombres competían desnudos y las infracciones se castigaban con azotes.
Cada cuatro veranos y durante mil años, la gente de cada rincón de la antigua Grecia concurría a las tierras sagradas de la Antigua Olimpia para celebrar su pasión por las competencias deportivas.
Barcos llegaban desde colonias griegas a un punto en el que se mezclaban filósofos, poetas, escritores, apostadores, vendedores ambulantes, músicos y bailarines, con el fin de asistir a los antiguos Juegos, que duraban cinco días y comenzaban en agosto, como una fiesta religiosa.
A medida que la cita se acercaba, miles de espectadores iban llegando a Olimpia, trasformando el pequeño pueblo al oeste de Atenas en una floreciente metrópolis. Muchos llegaban de colonias griegas que eran en principio rivales, pero que compartían una religión, una lengua y el entusiasmo por el deporte.
No se vendían entradas y muchos espectadores dormían a la intemperie, a pesar de que miembros oficiales de las delegaciones levantaban carpas y casetas.
Las ceremonias religiosas, como los sacrificios, la música, la actuación teatral, discursos de reconocidos filósofos, recitales poéticos, desfiles, banquetes y celebraciones de victoria eran también cosa de todos los días en aquella época.
En sus primeros años, esta justa fue realizada mediante una sola competencia: una carrera de aproximadamente 190m en las inmediaciones de la ciudad. Pero con el paso del tiempo, los antiguos griegos decidieron añadir más disciplinas, como las carreras de distancia, la lucha y el pentatlón (en éste se combinaban el salto de longitud, el lanzamiento de jabalina y disco, así como carreras de velocidad y lucha).
Aquellos que participaban, lo hacían compitiendo, a diferencia de nuestros días, siempre a título individual y no como hoy representando a un país. Curiosamente no se entregaban medallas; solamente se colocaba en la cabeza del ganador una guirnalda hecha con hojas de olivo. En todo caso, a los triunfadores se les concedía el honor de colocar una estatua con su efigie en la mítica Olimpia. En consecuencia, la fama seguía a los campeones olímpicos. En sus ciudades natales se erigían bustos de los vencedores y se escribían poemas en su honor.
A su regreso, los victoriosos recibían una bienvenida de héroes, con un desfile por las calles. También los podían recompensar con dinero, obsequios, se les condonaba el pago de impuestos, entre muchas otros beneficios; mientras que a los participantes que hacían trampa se les castigaba cobrándoles una multa que servía para financiar estatuas de bronce en honor de Zeus que se ponían en el camino al estadio Olímpico, en las cuales se escribía el nombre del tramposo y su ofensa.
"Los antiguos Juegos eran diferentes a los modernos. Había muchos menos deportes y solamente podían competir hombres que hablaran griego, en vez de atletas de todos los países", dijo Miltiades Hatzopoulos, director del Centro de investigación de las antigüedades griegas y romanas.
Pero los juegos olímpicos de la Antigüedad no sólo eran un evento atlético. También favorecieron el desarrollo cultural al amparar la creación humana en diversos campos como en la escultura, arquitectura, matemáticas y poesía. Por ejemplo, destaca el Templo de Zeus en Olimpia, diseñado por Libon, y en cuya edificación se usó un sistema de proporciones geométricas que se basó en los planteamientos de Euclides.
Mientras que en la escultura, los juegos inspiraron el famoso “Discóbolo” de Mirón. En cuanto a la poesía, se conocen infinidad de odas (como las “Olímpicas” y los "Epinicios”), escritas por famosos poetas, como Píndaro y Simónides, para inmortalizar los triunfos de los atletas en las Olimpiadas
La última olimpiada de la Antigüedad, con una larga lista de campeones, nombres y proezas, fue la del año 394, ya en la era Cristiana. Prohibidos por el emperador romano Teodosio I, por considerarlos un espectáculo pagano, condenó a la antorcha olímpica a mantenerse apagada durante muchos años. No obstante, 1503 años después, gracias al esfuerzo de un idealista francés, Pierre Frédy, Barón de Coubertin y un grupo de soñadores, una vez más los juegos serían celebrados.
Los Juegos Modernos
El fundador de los Juegos Olímpicos de la era moderna fue Pierre de Fredy, Barón de Coubertin. Nacido en el seno de una familia aristocrática, siempre estuvo interesado en la educación y creía que el deporte tenía el poder de beneficiar a la humanidad y alentar la paz entre las naciones del mundo. A los 31 años anunció su deseo de revivir los Juegos Olímpicos, pero nadie creyó en él y no hubo mucho entusiasmo ni apoyo.
Coubertin no se desilusionó y fundó el 23 de junio de 1894 el Comité Olímpico Internacional en una ceremonia llevada a cabo en la Universidad de La Sorborne en París. Dos años más tarde, tras grandes esfuerzos se llevaron a cabo los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna en la ciudad de Atenas, Grecia.
La LLama Olímpica
La Llama Olímpica es el símbolo más venerado de los Juegos y la idea fue adoptada de los Juegos Antiguos, donde la llama sagrada permanecía encendida en el altar de Zeus durante la competencia. En los Juegos de Amsterdam de 1928 hubo por primera vez un pebetero (recipiente en el que arde una llama ceremonial) permanente para la llama olímpica. Desde el año 1936, la llama es encendida en Grecia y transportada haciendo relevos de la antorcha hasta la sede de los Juegos. Esto simboliza la unión entre los juegos de la Antigüedad y los juegos modernos. La llama es encendida en el antiguo sitio de Olimpia por los rayos naturales del sol reflejados en un espejo curvo. Es encendida en una ceremonia por una mujer vestida con las ropas usadas en la Antigüedad y es ella quien se la entrega al primer corredor.
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