Lluvia de estrellas, polvo de mar,vientos polares, aurora boreal.
Y con este conjuro, las pepitas de colores, sin ninguna duda, se convierten en pepitas mágicas. Palabras extrañas, palabras que los niños no entienden, palabras que guardan el poder de convertir lo cotidiano en maravilloso.
Más leche, más leche, más leche en el pastel.
Batimos, batimos, y al horno con él.
Y de uno en uno, sin que se me olvide nadie, levanto a todos mis niños para que repitamos el conjuro, allá arriba, frente a la ventana del horno. Y después bailamos. Damos vueltas alrededor de la mesa, repitiendo nuestra canción, marcando el ritmo con manos y pies, mientras las galletas comienzan a crecer. Pero diez, quince minutos de horno, es demasiado tiempo para esperar. El milagro parece haber desaparecido detrás de la puerta cerrada. A los diez y ocho meses, ¿qué paciencia se puede tener? El horno se tragó las galletas y es posible que no las devuelva nunca.
Es entonces el momento de contar un cuento. Puede ser el cuento de Ricitos de oro que probaba la sopa de los tres ositos. Puede ser el cuento de la Gallinita Colorada que sembraba, cosechaba, molía, amasaba y horneaba ella sola los granos de trigo. Puede ser el cuento de... cualquier cuento, siempre y cuando se cuente en el lugar apropiado y comience con las palabras apropiadas.
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