Julieta Piruleta, era una niña que vivía en una bonita casita. En su habitación tenía un gran armario con muchos sombreros. Tenía sombreros de todos los colores y formas que se puedan imaginar. Cada mañana antes de salir de casa elegía un sombrero, aquel que más le iba a gustar a la gente que iba a ver aquel día.
Tenía un sombrero rojo con un lacito blanco, es el que se ponía cuando salía con su mamá, porque a su mamá le gustaba este sombrero. Cuando iba a ver a su abuelita se ponía el sombrerito blanco con flores verdes que le gustaba a ésta. Para salir con papá se ponía el sombrero amarillo que adoraba su padre. Para ir al colegio se ponía un gorrito gris con cuadraditos que es el que les gustaba a sus profesoras. Para salir con sus amigas usaba en cambio el sombrero azul ya que sabía que este era el que las niñas preferían.
De todos los sombreros que Julieta Piruleta tenía en su gran armario, había uno que a ella le gustaba especialmente, era un sombrero rosa que tenía un lazo plateado con el brillo de las estrellas. Eran muchas las mañanas que al abrir el armario, Julieta miraba este sombrero y hasta en algunas ocasiones se lo probaba, pero antes de salir acababa cambiándolo por otro sombrero, el más adecuado para las personas con las que se iba a encontrar. Y allí dejaba su sombrero rosa con un lazo plateado que tenía el brillo de las estrellas para otra ocasión más adecuada.
Una mañana antes de salir de casa, ocurrió que Julieta Piruleta se equivocó de sombrero. Julieta iba a ver a sus amigas, y tenía mucha prisa, cogió rápidamente un sombrero creyendo que era el azul, ya que este era el que preferían sus amigas. Salió de casa rápidamente sin mirarse en el espejo, por eso no se pudo dar cuenta de que en lugar del sombrero azul, llevaba puesto sobre su cabeza el sombrero rosa, el que tenía un lazo plateado que brillaba como las estrellas.
No se dio cuenta de su error hasta que no estuvo con sus amigas.
-Que sombrero más bonito- le dijeron- no le habíamos visto nunca. Te queda mejor que el otro.
Julieta cogió su sombrero y comprobó asombrada que llevaba puesto el sombrero rosa. En un primer momento le disgustó esta idea, pero al cabo de un rato nadie prestaba atención a su sombrero. Y como era el que más le gustaba a ella, era el que mejor le sentaba de todos y era con el que más a gusto estaba.
Más tarde aquel mismo día, recordó que tenía que pasar por casa de su abuelita, pensó en ir a casa a cambiarse el sombrero y ponerse el sombrerito blanco con flores verdes que adoraba su abuelita. Pero no tenía tiempo de hacerlo, y después de todo pensó este es el sombrero que a mí me gusta. Su abuelita le dijo que le gustaba su nuevo sombrero y que estaba muy guapa.
Julieta estaba muy sorprendida porque tanto a sus amigas como a su abuelita les había encantado el sombrero con el que ella se sentía más cómoda.
Cuando llego a casa con su sombrero rosa en la cabeza, su mamá y su papá, sorprendidos de verla llevar aquel sombrero puesto, la dijeron:
-Pero que sombrero más bonito, te queda muy bien, ¿Por qué nunca usabas este sombrero, si es el que más te gusta?
Julieta estuvo todo lo que le quedaba de día con ese sombrero puesto. Entonces descubrió que a la gente le da igual el sombrero que lleve puesto, que a las personas les encantaba el sombrero rosa que era con el que ella se sentía más cómoda. No necesitaba ponerse un sombrero que le gustara a la gente, sino ponerse el sombrero que a ella le gustará.
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