Texto de Alicia López
Ilustración de María Pérez
La tribu de los Uaiás vivía pacíficamente en lasllanuras de Lábrea, en la región brasileña de la Amazonia. Sus cabañas estaban rodeadas de una inmensa y frondosa selva en la que habitaban miles de especies diferentes de fauna y flora. Su riqueza aún era mayor, pues a escasos metros de sus casas podían pescar y bañarse en las aguas de los ríos Purus y Madeira.
Todos los niños soñaban con convertirse de mayores en pescadores, cazadores, agricultores o exploradores. Todos menos el joven Piracurú, que quería ser un bravo guerrero y derrotar a las tribus vecinas.
El noble Píndaro, padre de Piracurú y jefe de la tribu, decidió hablar con el hombre más sabio que conocía: el chamán.
- Estoy preocupado por Piracurú. Pronto llegará la hora de cederle el mando de nuestra honrada tribu y temo que mi hijo acabe con la paz del Amazonia.
- No temas, Píndaro. Tupá, dios de los dioses, lleva observando atentamente a Piracurú desde su cuna y tiene una misión para tu hijo.
Los días pasaron y Piracurú seguía siendo el mismo niño altivo de siempre. Hasta que una mañana todo cambió. El joven despertó a sus padres con sus lloros. En el lugar de Piracurú, había ahora un pequeño pez de escamas rosadas. Los padres comprendieron el deseo de los dioses y con mucha pena arrojaron a su hijo al río.
- Los dioses así lo han querido. Cuando hayas cumplido tu misión volverás con nosotros y serás el jefe de la tribu.
Piracurú no entendía nada. De la noche a la mañana se había convertido en un ridículo pez rosado. Se dejó llevar por la corriente del río Purus y por mucho que lloraba sus lágrimas se perdían en la inmensidad del río.
Al cabo de un tiempo, Piracurú comprendió que no estaba solo. Estaba rodeado de miles de peces diferentes. A lo lejos, pudo contemplar una gran anguila eléctrica, que llenaba el río de luz y color con sus descargas. Más allá, un grupo de delfines rosas nadaban juntos y divertidos. De pronto, una enorme piraña se le acercó:
- ¡Por favor, no me comas! – exclamó el pequeño pez.
- No me temas – contestó la piraña. – Soy herbívora, no me gustan los pececillos como tú.
- ¿Y para qué tienes esos dientes tan grandes?
- Para dar miedo a los humanos que viven más allá de las orillas del río. Nos dan caza sin parar y tenemos que parecer fieros para ahuyentarlos.
Piracurú siguió su recorrido sorprendido por lo que había descubierto. Nunca se había imaginado que los humanos pudieran dar miedo a nadie. El pequeño pez siguió su recorrido cuando una sombra se cernió sobre su cabeza. Piracurú se estremeció de miedo al ver que una inmensa tortuga nadaba sobre él.
- ¡Por favor, no me comas! – exclamó el pequeño pez.
- No te preocupes, no eres de mi gusto. Me alimento de la vegetación del río – dijo la tortuga.
- ¿Y a ti te dan miedo los humanos?
- Sí, por eso nado por las noches y durante el día me oculto entre la vegetación.
Piracurú, triste y abatido, siguió la corriente pensando cómo los humanos podían ser tan temibles con las criaturas del río. De pronto, unas redes de pesca lo atraparon sin dejarle salida.
- ¡Por favor, no me pesques! - Tranquilo pececillo, no tengas miedo – contestó el pescador.
- Los humanos deberíais dejar en paz a las criaturas de los ríos y la selva. ¿Por qué sois tan malvados? - sollozó el pequeño pez.
- ¿Eso te parece? El humano ha de pescar y cazar para alimentar a su familia. El orden de la naturaleza es así. Pero, ¿acaso las pirañas luchan entre ellas? ¿O los tapires, o los jaguares o las tortugas?
- No, eso sería terrible.
- ¿Entonces, pequeño Piracurú, por qué cuando tenías forma humana querías batallar con tus semejantes? ¿Acaso no merecen el mismo respeto?
- ¿Quién eres? ¿Cómo sabes cómo me llamo?
- Soy Tupá, el dios del Amazonas. Si quieres volver a tu tribu deberás respetar a tus semejantes por igual. Sólo así, estará asegurado el porvenir de tu pueblo.
Piracurú comprendió entonces que había sido muy vanidoso queriendo luchar contra sus semejantes cuando el orden natural del Amazonas debería ser la paz y la convivencia respetuosa entre todos sus habitantes.
El dios Tupá lo convirtió de nuevo en niño y juntos surcaron el río hacia su tribu de nuevo. Allí fue recibido con alegría por su familia y amigos. Al poco tiempo, fue nombrado jefe de la tribu y desde el primer día de su mandato su tribu fue reconocida en toda la Amazonia por vivir en armonía con la naturaleza.
Fuente: http://www.cuentoalavista.com/2013/10/navegamos-rumbo-brasil-el-viaje-de.html?utm_source=feedburner&utm_medium=feed&utm_campaign=Feed%3A+cuentoalavista+%28Cuento+a+la+vista+-+El+blog+de+los+cuentos+infantiles%29