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El rey avaricioso y el país de las cosas
viernes, 7 de marzo de 2014
Texto de Carolina Fernández
Ilustración de Brenda Figueroa
Uno de los lugares más llenos de cosas que ha existido jamás, era el País de las Cosas. En este lejano lugar, como se podrán imaginar lo más importante era tener muchas cosas.
Las familias tenían palacios de todos los tipos: palacios para ir a pasar los lunes y palacios que solo les gustaban los martes. Palacios para los días con sol y palacios para cuando llovía. Palacios para cuando se levantaban con el pie izquierdo y palacios para cuando lo hacían con el pie derecho. Lo mismo les pasaba con los carruajes. ¡No les valía con tener uno! A la gente del país de las cosas les gustaba tener uno para cada ocasión. Algunos iban tirados por caballos y otros por elefantes. Algunos estaban recubiertos de oro y otros de piedras preciosas. Y no hablemos de la ropa. Sus armarios eran tan grandes que había niños que se habían perdido dentro y no habían sido capaces de encontrarlos jamás. En definitiva, la gente del País de las Cosas tenía cosas que nunca jamás llegaría a utilizar.
Y como no podía ser de otra manera, el País de las Cosas estaba gobernado por el Rey Avaricioso. A éste nunca le había gustado mucho ni leer, ni cantar, ni jugar, ni mucho menos tener amigos. Lo que más feliz le hacía era tener cosas y así pensaba que tendría más poder y sería más importante. Por esta razón, el País estaba regido por tres normas fundamentales:
1. HAY QUE TENER CUANTAS MÁS COSAS MEJOR.
2. LAS COSAS CUANDO TE CANSAS DE ELLAS SE TIRAN, NUNCA SE REGALAN, SE CAMBIAN O SE ARREGLAN.
3. Y LOS NIÑOS MENORES DE 13 AÑOS NO PODRÁN TENER COSAS.
¿Qué los niños no podían tener cosas? Se preguntaran extrañados…pues sí, los niños hasta su decimotercer cumpleaños no podían tener nada de nada. Y la culpa de que existiera esta tercera norma era Areta.
Areta era la hija del Rey Avaricioso y desde pequeña siempre había sido una niña muy inquieta a la que le encantaba saltar, cantar y correr. Areta no necesitaba cosas para pasárselo bien, solo un par de artilugios, imaginación y mucha creatividad. Lo que más le gustaba a Areta era hacer ruidos: ruidos con los tenedores en los platos, ruidos con los palos en los árboles o ruidos con sus manos. Ruidos que nadie entendía pero que para ella tenían un ritmo y que le hacían sentir feliz.
Al Rey Avaricioso le enfadaba y sorprendía tanto que su hija no necesitara cosas para pasárselo bien ni estar contenta que un día se dijo:
- Si mi hija no quiere cosas lo mejor que puedo hacer es prohibirle que las tenga, de este modo, cuando no tenga nada entonces las deseará con tanta fuerza que querrá todas las cosas del mundo.
Areta cuando empezó a crecer y se dio cuenta de lo que su padre tramaba con la tercera norma se enfadó mucho.
- ¡¡Papá qué tontería de norma, yo no quiero cosas!! los niños y niñas no somos tan aburridos como los adultos y no necesitamos tantas cosas para pasárnoslo bien.
Y mientras se acercaba su cumpleaños número 13, sus ruidos cada vez parecían menos ruidos y más sonidos llenos de ritmo que casi parecían música. Por eso poco a poco los palos, los platos, las palmas y los silbidos comenzaron a quedarse cortos para lo que Areta quería hacer. Por eso, según se acercaba su cumpleaños y el final de la norma de su padre, Areta cada vez estaba más confusa. Ella que siempre había dicho que no se necesitaba nada para ser feliz, ahora quería algo que le iba a hacer la niña más feliz del Reino de las Cosas.
Areta había descubierto ese algo la primera vez que vio a los músicos de la corte. Ellos no hacían sonidos con palos, tenedores o palmas, sino con unos artilugios enormes y brillantes: los instrumentos. ¡Ella quería uno de esos!
Tres días antes de su cumpleaños su padre convencido de que su tercera norma habría funcionado preguntó al fin a Areta:
- Y entonces hija, ¿cuántas cosas vas querer? Dime todas las cosas que quieres y por fin las tendrás.
- Tenías razón, papá, deseo algo con todas mis fuerzas. Quiero por fin una cosa: quiero un instrumento musical.
- ¿Sólo uno? Hija puedo darte todos los instrumentos, y toda la música que desees…
- Ya papá, pero yo no quiero millones de instrumentos porque no podría aprovecharlos bien, quiero uno, el mío y lo deseo de verdad y con toda la ilusión del mundo para que sea yo quien haga mi propia música.
El Rey Avaricioso sin estar del todo convencido decidió dejar que su hija pequeña, ya no tan pequeña, le sorprendiera y enseñara algo, así que le regaló una sola cosa, lo que ella de verdad deseaba, un maravilloso instrumento para que por fin pudiera convertir esos sonidos en música.
Y curiosamente, cuando el Rey Avaricioso, comprobó por sus propios ojos, que su hija, no sólo utilizaba aquello que tenía sino que de verdad era feliz con ello, cambió todas las normas del reino por una sola y aprendió una gran lección:
- SOLO SE PODRÁN TENER AQUELLAS COSAS QUE VERDADERAMENTE DESEES (si verdaderamente quieres ser feliz en el país de las cosas).
Y de este modo, el País de las Cosas empezó a tener menos cosas y más personas ilusionadas. Y las cosas empezaron a arreglarse, a regalarse, a cambiarse y sobre todo a utilizarse de verdad.
Fuente: http://www.cuentoalavista.com/2014/01/el-rey-avaricioso-y-el-pais-de-las-cosas.html?utm_source=feedburner&utm_medium=feed&utm_campaign=Feed%3A+cuentoalavista+%28Cuento+a+la+vista+-+El+blog+de+los+cuentos+infantiles%29
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