El antecedente más lejano sobre el papel se registra en China hace más de dos mil años. Su difusión en Occidente cambió la vida cotidiana, con inventos como el libro y el billete.
En la isla de Honshu, en Japón, hay un santuario de la antigua religión sintoísta dedicado a Kawakami Gozen, una mujer adorada desde hace 1.500 años por ser la diosa japonesa del papel. Para los creyentes que visitan en Echizen el santuario Okamoto Otaki, esta diosa es un heraldo de la buena fortuna que dio a los hombres un regalo eterno. Durante tres días de mayo, los creyentes vestidos de blanco celebran la Fiesta de Kawakami Gozen, cuyo nombre significa “la diosa que vive sobre el río”.
Durante esta celebración, una efigie de la diosa es paseada en procesión por la ciudad, en la que hay 50 talleres artesanales que producen papel de alta calidad con técnicas tradicionales. Por esto, no es sorprendente enterarse de que en 2000 el Ministerio de Educación de Japón nombró “Tesoro nacional viviente” a Ichibei Iwano, miembro de una centenaria familia de artesanos.
“Papel” es una palabra derivada del griego papyros , nombre de una planta del antiguo Egipto, un junco que abundaba en el río Nilo. Las fibras de papiro se secaban para escribir sobre ellas, pero eran frágiles y no soportaban la escritura en ambas caras de la hoja. Aun así eran resistentes al uso y en 1880 arqueólogos austriacos descubrieron cerca de El Cairo miles de documentos en papiro –escritos en varios idiomas– que hoy se conservan en la Biblioteca Nacional de Austria.
En la Antigüedad clásica, en Pérgamo –en la actual Turquía– los griegos iniciaron la fabricación de hojas con pieles de ovejas: eran los pergaminos, muy populares en el extenso imperio romano.
Posteriormente, el papel reemplazaría a los papiros y pergaminos, pues era más barato y durable. Fue inventado en China durante la dinastía Han, dos siglos antes de la era cristiana. Sus técnicas de fabricación viajaron desde entonces en dos sentidos.: hacia el oeste por la Ruta de la Seda –atravesando Asia en dirección a Europa– y rumbo al este, hacia Corea y Japón.
Para fabricar papel era necesario tener agua limpia y abundante y cortezas de árboles para elaborar fibra de celulosa. También se aprovechaban harapos de lino y algodón. El papel tuvo muchos usos en China: para documentos oficiales, la higiene personal, el dibujo y los billetes de papel moneda. En la dinastía Tang, en el 868 de la era cristiana se editó “El Sutra del Diamante”, un texto budista impreso siglos antes de Gutenberg.
Los comerciantes árabes difundieron el papel desde el siglo VIII de la era cristiana en ciudades como Samarcanda, Damasco y Bagdad. En la España musulmana se estableció en 1056 la primera fábrica de papel en Játiva, cerca de Valencia. En 1390 ya había un molino para hacer papel en Nuremberg. Y, cuando Gutenberg creó la imprenta en 1450, la demanda creció en toda Europa. Con la Revolución Industrial europea, en 1806, el inglés Henry Fourdrinier creó una máquina de vapor capaz de producir rollos continuos de papel a alta velocidad. Esa tecnología hizo posible luego la impresión en rotativas y el diario moderno.
Con el uso de máquinas, pulpa de aserrín y productos químicos para el blanqueado, la fabricación de papel llegó a ser una industria de valor estratégico en Europa, América y Asia. El papel barato fue decisivo para impulsar la edición económica de libros. En el siglo XXI, el avance de la digitalización de textos revalorizó la artesanía tradicional en países como Holanda y Japón.
Por esta larga historia es necesario recordar aquella frase del escritor romano Casiodoro, que en el siglo VI elogiaba el papiro –y lo mismo puede decirse del papel– porque era “un leal testigo de la vida humana y enemigo del olvido”.