La capacidad lectora es en gran medida una herencia familiar que pasa de padres a hijos en la cotidianidad del hogar. Cuando el padre o la madre leen cuentos en voz alta, le añaden una calidez adicional, al tiempo que, con la entonación adecuada, le devuelven la riqueza sonora al texto. Los niños aprenden así las inflexiones del idioma y se ejercitan en el manejo de sus propias emociones.
Constanza Mekis, coordinadora de las bibliotecas escolares CRA, enfatiza que sin poner en duda la importancia de la escuela en la adquisición de conocimientos y en la formación del individuo, la familia es el primer educador y el lugar donde se desarrollan sus principales valores y afectos. “Si desde la primera infancia los niños y niñas ven que sus padres, abuelos o hermanos están en contacto con la lectura -dice-, ya sea de libros, diarios, revistas, o incluso en formatos digitales, su iniciación como lectores se producirá de manera natural y espontánea pues, además, estará asociada a una vinculación afectiva”. Si, en cambio, el entorno familiar es menos proclive a la lectura, la sola motivación de la escuela, probablemente no producirá un efecto tan inmediato: “entonces, la escuela y la biblioteca escolar tendrán que esforzarse por encantar también a la familia para llevarla al placer de leer”.
La lectura es parte del modelo de conducta que el niño copia de los adultos más cercanos. Con el tiempo, cualquier persona cercana con la cual pueda establecer una relación afectiva, es susceptible de convertirse en un positivo modelo de lectura.
A continuación se entregan algunas recomendaciones:
- Validar las competencias del niño
La lectura es un proceso largo. En cada uno de los pasos del aprendizaje, el niño debe ser legitimado a través de la visibilización de los comportamientos positivos y de la legitimación de los logros alcanzados. Se contribuye así a formar una imagen personal positiva de sí mismo. Esto significa, por ejemplo, que si un niño logra leer una palabra, de inmediato se debe legitimar el logro con una frase positiva, en lo posible acompañada de una metáfora: “Qué buen lector eres, seguro que en poco tiempo más estarás leyendo como los (las) periodistas de los noticiarios”.
- Prestar atención a lo positivo
Prestarle atención a un niño o niña cuando lo hace bien es una poderosa herramienta para fijar lo aprendido. Por ejemplo, comentar la cantidad de libros que ha leído o la cantidad de conocimientos que tiene sobre un tema, es un aliciente para seguir leyendo; a medida que el niño o niña progresa, encuentra más agrado en el trabajo.
- Evitar etiquetar al niño y criticarlo
Se debe evitar etiquetar a los niños con clasificaciones como “eres mal alumno” o “eres mal lector”, porque puede generarse lo que se denomina “profecía autocumplida”. Es muy difícil librarse de las etiquetas. No obstante, la familia puede revertir este proceso cambiando el discurso y destacando aspectos positivos que, antes ocultos, afloran con el cambio de actitud –como el buen humor, la creatividad y la energía. El exceso de crítica aumenta un problema en vez de disminuirlo: si el niño no logra realizar una tarea, a pesar de haberse esforzado, es preferible cambiar el ejercicio por una tarea más fácil, que criticarlo.
- Reconocer los logros y progresos del niño
Que un niño aprenda no sólo depende del interés que él tenga, sino de la visibilización que hacen sus padres de sus progresos, por lentos que sean. Esta visibilización debe hacerse en forma inmediata tras el logro de una actividad, con el fin de fijar el aprendizaje. Los aprendizajes se logran en forma muy lenta al comienzo, por ello es necesario que la familia no se impaciente y legitime cada progreso.
Es importante generar situaciones en que el niño sienta que logra realizar lo que se le pide. El sentimiento permanente de fracaso puede afectar seriamente la autoestima. Mientras más dificultades tiene un niño, más importante es destacar sus progresos.
Sugerencias para realizar lecturas compartidas
- Incentivar al niño o niña a que narre un cuento utilizando sus propias palabras y escucharlo con atención sin corregirlo ni interrumpirlo.
- Proponer un título y pedirle que adivine de qué se trata la historia. Por ejemplo, “Rosita y las zanahorias mágicas”.
- Estimularlo a seguir con los ojos la lectura. Para esto, seleccionar textos con letras grandes e imágenes, para que el niño pueda seguir la lectura con facilidad.
- Pedirle que termine la historia de otra manera. Por ejemplo, leerle el siguiente microcuento de una línea de augusto monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Luego, incentivarlo a jugar a encontrarle un principio y un final.
- Leerle las lecturas todas las veces que el niño lo solicite, de tal manera que domine el vocabulario, aprenda la secuencia de la historia y se vaya encariñando con los héroes y heroínas de los cuentos.
- Ayudarlo a describir qué sienten los personajes de los cuentos, para que entre al mundo emocional de ellos, percibiendo los matices de las emociones.
- Cuando el niño tiene más edad, pedirle que muestre sus libros favoritos y que lea aquellas partes que más le gustaron. Es importante que el padre demuestre interés por lo que el niño o niña le está mostrando.
- En la etapa adolescente, los padres pueden hacer lecturas familiares de los diarios e ir comentando las noticias que les llamen la atención.
Los SÍ y los NO de la lectura
Sí
- Proporcione al niño materiales de lectura atractivos y que lo motiven.
- Cuando el niño ha aprendido algo, deje que lo disfrute todo el tiempo que quiera o que necesite para practicarlo.
- Déle tiempo y espacio para practicar el juego libre, a fin de que desarrolle su creatividad y capacidad para tomar iniciativas.
- Respete las necesidades de descanso del niño.
- Valorice lo más explícitamente posible cada logro del niño y así aumentará su sentimiento de “ser capaz de...”
- Frente a las dificultades, simplifique todo lo que sea posible la tarea o solicite apoyo a alguien especializado.
- Mantenga un cierto nivel de desafío sin sobreexigir.
- Utilice metáforas positivas que contribuyan a mejorar la imagen personal.
No
- No obligue al niño a escuchar lecturas sobre temas que no le interesan.
- No lo presione a que logre etapas de aprendizaje para las cuáles no está maduro.
- No ocupe todo el tiempo del niño en actividades didácticas para no producirle sobresaturación y rechazo.
- No insista en actividades relacionadas con la lectura cuando esté cansado.
- No se centre en los errores que pueda cometer, enséñele en otra ocasión.
- No etiquete al niño de disléxico o disgráfico si tiene dificultades.
- No se ría de los errores de los niños: son extraordinariamente sensibles a sentirse ridiculizados.
- No utilice calificaciones ni metáforas negativas si el niño se equivoca, pues tienen una alta probabilidad de afectar negativamente la imagen personal.